Cuando fue convocada para desentrañar el misterio de un barco
naufragado del siglo XVIII, la arqueóloga Dolores Elkin estaba
trabajando a 4.100 metros de altura, en plena puna catamarqueña. Sin
embargo, aceptó el desafío, aprendió buceo y cambió el altiplano por las
profundidades oceánicas, para dirigir el “Proyecto Swift”.
Hoy,
15 años después, este proyecto se ha convertido en modelo para la
arqueología subacuática a nivel sudamericano y sus resultados acaban de
ser publicados en formato libro (“El naufragio de la HMS Swift -1770-.
Arqueología marítima en la Patagonia”), del que Elkin es coautora junto
con siete especialistas de distintas áreas.
“Es un libro que
tratamos de que fuera lo más completo posible y si bien es académico,
queríamos que el lenguaje ameno para que así fuera de interés también
para todos los interesados en temas históricos o náuticos”, explicó
Elkin durante la presentación del texto.
Todo comenzó con un
diario de viaje, el que el teniente Erasmus Gower llevaba a bordo de la
corbeta británica HMS Swift desde el día en que zarpó del puerto
Deptford (Gran Bretaña) a fines de 1769 en misión exploratoria por
aguas del Atlántico Sur. Pero el viaje terminó abruptamente el 13 de
marzo de 1770, cuando la corbeta naufragó como consecuencia de la
colisión con una piedra oculta bajo las aguas y frente a las costas de
lo que hoy es Puerto Deseado. En la descripción de ese fatídico día,
Gower escribió: “Este accidente ocurrió a unos 47º 47’ de latitud sur y
66º 10’ de longitud oeste, en el continente de la Patagonia, cuya
desolación (…) difícilmente pueda ser equiparada”.
Según da
cuenta el diario, en el accidente murieron tres personas: el cocinero y
dos soldados de la tropa de marina. El resto de los 90 tripulantes pudo
abandonar la nave y alcanzar las costas santacruceñas. De los tres
fallecidos, sólo se recuperó el cuerpo del cocinero.
Munido
con este documento, un descendiente del teniente, el australiano Patrick
Rodney Gower llegó un día de 1975 a Puerto Deseado siguiendo las
pistas de un naufragio del que no había quedado memoria oral en la
comunidad. Por eso fue poco lo que Gower se llevó de su visita, pero en
cambio dejó sembrada la inquietud en torno a una desconocida
embarcación que probablemente estaba oculta desde hacía más de 200 años
frente a playas deseadenses.
Y la historia narrada en el
diario comenzó a confirmarse en el 4 de febrero de 1982, cuando dos
buceadores de la localidad descubrieron los restos de la embarcación,
que las frías aguas y las peculiaridades del sedimento marino habían
mantenido en muy buen nivel de preservación a pesar del tiempo
transcurrido.
“Vaya nuestro reconocimiento para los que
descubrieron el barco en 1982, buceando en condiciones precarias, y
tuvieron el enorme mérito de acordar que lo que saliera iba a quedar en
Puerto Deseado, para patrimonio de esa ciudad”, sostuvo Elkin en la
presentación del libro.
Tan importante fue este hallazgo que
en torno a él se creó el primer programa oficial de arqueología
subacuática del país bajo la órbita del Instituto Nacional de
Antropología y Pensamiento Latinoamericano (INAPL), desde donde el
equipo liderado por Dolores Elkin empezó a estudiar científicamente el
naufragio, que fue declarado patrimonio cultural por la provincia de
Santa Cruz.
Todas estas alternativas, así como las tareas de
investigación desarrolladas en el lugar desde 1997, están narrados en el
libro “El naufragio de la HMS Swift -1770-. Arqueología marítima en la
Patagonia” que fue presentado el pasado lunes en las instalaciones del
INAPL.
“No consideramos que esté terminado el proyecto ni
mucho menos pero sí consideramos que es una etapa que se ha cumplido,
donde tenemos suficiente información como para volcarla en una
publicación y compartirla con lo demás investigadores y todos los
interesados en el tema”, sostuvo por su parte el arquitecto Cristian
Murray, otro de los autores del libro.
En el barco, que se
hundió con gran parte de su carga intacta, se encontraron todo tipo de
objetos, desde armamentos como cañones, proyectiles y armas blancas,
hasta monedas de la época, pasando por un amplio abanico de elementos de
vajilla, vestido y mobiliario.
Pero quizás el hallazgo más
inesperado fue el que tuvo lugar a fines de 2005, cuando a partir de la
punta de un zapato que asomaba entre el sedimento se descubrió un
esqueleto humano completo. La evidencia reunida permitió establecer que
restos humanos corresponden a uno de los dos infantes de marina
fallecidos en el naufragio y cuyos cuerpos no habían sido encontrados:
Robert Rusker de 21 años o John Ballard de 23 años. Pero los estudios
realizados hasta el momento no han podido establecer su identidad.
“El
hallazgo de restos humanos era algo que no esperábamos que sucediera,
pero sucedió y con esto se abrió toda otra rama de investigación, que
incluye el trabajo de especialistas forenses y químicos”, explicó Elkin.
Tras
concluir los estudios sobre los restos humanos, éstos fueron enterrados
con honores militares en el Cementerio Británico de la Chacarita, de
donde el infante marino de identidad desconocida pasó a ser el habitante
más antiguo.
Otra curiosidad fue el hallazgo de un collar de
perro, lo que evidenciaría la existencia de una mascota entre la
tripulación cuyos restos no han sido encontrados.
“No era raro
que hubiera mascotas a bordo y como el collar estaba en la cabina del
capitán, probablemente el perro era de él. Era de bronce, ajustable, de
una tipología que se sabe que eran de esa época y tiene toda una
inscripción en la parte interna del collar, con un nombre y un lugar en
Inglaterra. Se trataba de un animal pequeño y la inscripción volcada
hacia adentro es porque probablemente estaba reciclado, perteneció a
otro animal y luego usaron para este”, explicó Cristian Murray.
Fuente: Télam./ LA OPINION AUSTRAL
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