Justo Nicolás Fernández y Paulina Alvarez
El homenaje realizado este año, en el acto inaugural de la Exposición Rural fue para un matrimonio que ha dedicado su vida a la actividad rural y aún hoy, a pesar de los cambios sociales, económicos y culturales, y de la natural migración a la ciudad, continúa radicado en la estancia y disfruta de ese lugar como cuando tenían veinte años y una vida por delante.
Ambos son hijos de españoles que se radicaron en la zona entre 1909 y 1912. Sus padres, de la región de Asturias, dejaron su Mieres natal en busca de mejores horizontes en estas tierras patagónicas.
El nació en Pico Truncado, evitando hacerlo en el campo, que en realidad era el lugar de residencia, el 20 de septiembre de 1931. Creció y pasó su infancia en la estancia Lago Ghio de la zona de Perito Moreno junto a sus padres y hermanos. Durante el tiempo escolar vivía en Puerto Deseado, bajo la tutela de la familia Ramos y asistía al Colegio San José.
Lago Ghio había sido poblada en 1909 por su padre y cuando él creció se hizo cargo de la administración del establecimiento junto a sus hermanos, para luego quedarse como dueño del mismo. Actualmente vive en la estancia su hijo Miguel.
Ella nació en Puerto Deseado el 26 de diciembre de 1937 y estudió en la escuela provincial nro. 7 de Jaramillo.
El 10 de noviembre de 1956 contrajeron matrimonio en esta ciudad y acá nacieron sus tres hijos: Miguel, Patricia y Marcela.
La relación con el campo pasó las fronteras de Lago Ghio y en sus años más pujantes comenzó a administrar la estancia La Ribera, a 100 km de Puerto Deseado, en la zona de Jaramillo. Esta estancia, luego de su propiedad, es su lugar de residencia actual.
En ella se conformaron como familia. Allí crecieron sus hijos, quienes también pasaron toda su infancia en la estancia. Recuerdan que sólo venían al pueblo durante el año escolar. Los fines de semana y las vacaciones los pasaban en La Ribera.
Fiel al refrán que dice que "el ojo del amo engorda el ganado", no había actividad en la estancia que él no supervisara y no había día en el campo en que no saliera a recorrer los cuadros, al principio a caballo, luego también en cuatri o moto. Su pasión por los caballos lo llevaba en los meses de invierno a tallar figuras en madera y con ese hobbie aprovechaba a ordenar flechas que también recolectaba en sus recorridas diarias. Hasta hace algunos meses viajaba entre La Ribera y Lago Ghio toda vez que lo consideraba necesario sin que sus ochenta años y el paso del tiempo en sus huesos lo hicieran detenerse.
Ella, como buena compañera, disfrutó de todos los trabajos del campo y complació a sus hijos y nietos con los productos de la quinta, los dulces caseros, el cuidado de la casa, el jardín y la calidez de quien siempre en el campo encuentra algo para hacer y no sabe de aburrimiento y rutina.
Su hija recuerda que disfrutaban de recibir gente y en ocasiones pasaban las fiestas entre treinta y treinta y cinco familiares con la elaboración de postres y comidas totalmente caseros que estos eventos suponían. Les encantaba estar rodeados de chicos y entonces, entre hijos, primas y amigos, diez o doce niños y niñas pasaban sus días libres en la estancia.
Tienen cuatro nietos: Nicolás, Angie, Joaquín y Paula, entre dieciocho y ocho años. Con los dos mayores compartieron mucho tiempo andando a caballo, juntando flechas, y especialmente dándoles todos los gustos... Mientras pudieron los buscaban en el pueblo los jueves y los devolvían los domingos. Ellos definen a su abuelo como un hombre muy trabajador y reconocen en su abuela las virtudes de una buena compañera.
Ambos supieron de inviernos buenos y malos, de tiempos de prosperidad y épocas más duras, de buenas ventas de lana y de momentos de desesperanza. Nada los alejó de La Ribera y desde ese lugar supieron transmitir a los suyos el amor por la tierra, el valor del trabajo y una identidad fuertemente patagónica.
El homenaje para el hombre y la mujer de campo de esta Sociedad Rural es para el señor Justo Nicolás Fernández y su esposa Paulina Alvarez.
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