Abril del 82... Mucho frío. Primero euforia, escuchar la marcha de Malvinas y la voz amiga de Carlos Omar en LU4 anunciando el regreso de la celeste y blanca al querido archipiélago, cantar el himno en la plaza con Gustavo Lezcano y unos pocos más. Luego los simulacros con los chicos en la escuela, los cursos de primeros auxilios con Martín Capllonch en la Escuela 5, los recorridos con el intendente Ibiricu y la gente de Defensa Civil por las calles para verificar que todas las ventanas estuvieran cubiertas, y en medio de todo el miedo, el miedo de verdad, el miedo como nunca en la vida. Faltaban cuatro meses para el nacimiento de mi primera hija, María Marta, y nadie sabía si el conflicto se iba a prolongar o algún misil volaría nuestro hospital.
Meses antes el borracho Galtieri, el presidente que quería ser Perón, había hecho el asado más grande del mundo, con una notable concurrencia, en algún pueblo de la provincia de Buenos Aires. Un par de días antes del 2 de abril había mandado apalear a quienes protestaban en la Plaza de Mayo y ahora iban a vivarlo y a escuchar sus delirios bélicos desafiando a un principito que contó con la colaboración del imperio yanqui y de algunos dictadores de países vecinos...
Miedo, frío, y noches de desvelo escuchando con la Noblex Siete Mares radios por onda corta, radios de Chile, radio Moscú, la BBC, intentando saber si alguien nos contaba la verdad.
Angustia de escuchar un domingo a la tarde que habían bombardeado el pesquero Narwal, dolor en los huesos viendo pasar los ataúdes de los muertos del Sobral después de una espera interminable junto a la radio municipal, pena infinita de saber que la euforia de Cacho Fontana y Pinky en ATC había pasado hacía mucho, mucho tiempo, y empezábamos a saber que el cartel de "estamos ganando" en las revistas semanales era sólo propaganda, que Gieco tenía razón y que Porchetto hacía bien en reclamar "algo de paz".
La guerra terminó, y por varios años escondieron a aquellos soldados jóvenes que supieron del horror y del frío, y de la traición de algunos de sus jefes, y de los chocolates robados, y de los pies congelados.
Y en medio de todo esto, mi hermano movilizado casi en el final de su colimba. Esto -el nudo en la garganta de mis viejos por no saber dónde andaba aquel poco más que adolescente- lo supe más tarde, porque no había celulares, ni mail, ni teléfono fijo en aquella époc
Mi hija nació en Buenos Aires. Sabíamos que había un plan de evacuación masiva hacia la Cordillera, ya que éramos el puerto más cercano a Malvinas. Y cada 2 de abril me trae la misma euforia, el mismo miedo y el mismo sentimiento de compasión y profundo respeto hacia quienes dieron la vida y quienes la arriesgaron, y quienes creyeron y creemos que las Malvinas son y serán argentinas.
Mario dos Santos Lopes
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