EL ORDEN DIGITAL

miércoles, 16 de julio de 2008

PAPELES SUELTOS

CUANDO SALIMOS
Decir que Deseado es un paraíso resulta una exageración y una mentira, ya que tal cosa no existe en la tierra, salvo por contados segundos parecidos a la felicidad. Sin embargo, cuando la vida nos lleva a tener que hacer trámites y gestiones en otras ciudades, valoramos cosas que estando aquí no nos parecen importantes.
En las grandes ciudades, especialmente en Buenos Aires, nos recuerdan a cada rato que somos un número, que esperar un turno en una oficina pública puede implicar desde varias horas a «vuelva la semana que viene», que cuando un expediente se pierde no hay a quien responsabilizar, que comprar medicamentos a través de una reja es algo habitual, que nadie tiene tiempo para tomar un café y resolverle un problema a un prójimo que vive a más de dos mil kilómetros. Y al mismo tiempo, todo parece al alcance de todos, aunque la mayoría no pueda comprarlo, ni pagarlo, ni disfrutarlo. Y entonces, uno disfruta doblemente la vuelta a casa, y por unos días, evita criticar las cosas y los servicios que le faltan todavía a Deseado.

FECHAS DE VENCIMIENTO
Los que tienen más de treinta o cuarenta años deben recordar aquellas galletitas con paquetes desteñidos por el sol que comprábamos en los viejos kioskos de Puerto Deseado. Tenían fecha de elaboración de uno o dos años atrás, y sabían riquísimas. Tal vez estaban un poco más duras que en sus momentos de gloria, pero las comíamos y no nos hacían mal. Lo mismo ocurría con alfajores, mermeladas, mayonesas, y tantos otros artículos.
Hoy encontramos un producto que «vence mañana» y tememos que caigan sobre nosotros todos los males del planeta. Es más: hasta la lavandina y el shampoo traen fechas de vencimiento. ¿Se nos caerá el cabello si lo usamos al día siguiente?
Es cierto que son necesarios controles, y que en esto vamos avanzando, se supone. Pero nos queda la duda sobre nuestra vida anterior, menos complicada y, tal vez, quizá, probablemente, más sana.

LA TOTA Y MI AMIGO
No es nuevo que la tele nos ha invadido la vida, las horas, los rincones, el dormitorio y el living. La vida termina aconteciendo antes del noticiero, después de la novela, antes de Rial, en los cortes, después de los dibujitos.
Y los programas repiten lo que otros programas repitieron, y temas que no nos importan terminan ocupando espacio en nuestra conversación. Y nos impactan las lágrimas de la Tota Santillán, un señor que llora en diversos horarios televisivos. Y me pregunto si no serán más sinceras, más válidas, más dignas de atención, las lágrimas no pagadas de mi amigo, que me está reclamando unos mates y un poco de charla desde hace tanto tiempo.

Mario dos Santos Lopes

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanto el comentario...muchas veces valoramos las cosas cuando la perdemos..Marcos V.