EL ORDEN DIGITAL

viernes, 4 de abril de 2014

OSCAR BIDABEHERE: DESPUES DEL VIAJE A DESEADO, REFLEXIONES SOBRE EL DIA DE LA MEMORIA 2014

    Un tsunami. Un cambio de eje de la tierra. Así sentí el día de la Memoria en Puerto Deseado. Ese mar desbordado que consiguió unir a la generación que vivió los ’70, a peronistas y radicales, a oficialistas y opositores, a los afectos comprometidos, Renato, Angelita, Gustavo, que no dudaron un minuto en viajar, dejando sus ocupaciones. A Estela, que apartó las malezas del camino, tejiendo piezas de resonancias profundas, el folleto y el video, palabras e imágenes que perduraran para siempre, y un poema, temprano en el dolor, que guió su inspiración, con la impronta de García Lorca. A los que desde puntos remotos quisieron estar presentes con sus mensajes, Patricio, Chirola, Margot, Adri, Jaimito, Myrna, Enrique,  perdón si me olvido de alguien,  a Betty, Dora, Belén, Ricardo, Eduardo, que dieron su presente, a todos y cada uno de los que espontáneamente se arrimaron. Al poema de una infancia, la de ella y su hermano ausente, que soñaba atravesar los cielos, en palabras de Lidia, a Milagros que acompañó caminando por la memoria desde Jujuy, a Mariangeles, la que masculló en silencio durante tantos años, en soledad, lamiéndose las heridas, la falta de su querido hermano, y ese puente tendido, con la sangre nueva, ese par de jóvenes, Jessica y Melisa, dos torbellinos, y los otros, los anónimos, lejos de la especulación, del calculo político, y Gladys, y Fabián, comandando esa patrulla de valientes, el hombre que nos regaló un frase memorable: mi pastor me enseñó que donde vaya debo ser una semilla que germine. A los periodistas que se hicieron eco y batieron el parche. Y una consigna, memoria, verdad, justicia. Dos pájaros abatidos, Inés y Andrés, dos deseadenses, una por nacimiento, otro con una infancia y adolescencia trascendentes, en esas tierras, que lo marcaron para siempre, y ese simbólico final, de sus cenizas fertilizando el fondo del mar, a orillas de la Cueva de los Leones, acariciando las torres de piedra inclinadas, como la de Pisa, para marcar el sitio de la memoria, del recuerdo. Estas ahí Andrés, mas que a un amigo, despedí a un compañero de militancia, ese estado mas intenso, de un camino recorrido a favor de los oprimidos. Por eso estuve, por esa concepción del mundo que nos une a través de los tiempos, de los misterios de la vida, de un encuentro que nos aguarda quizás en ese mismo cuenco. También por Osvaldo, mi hermano, y su encierro, nunca reparado, que dejó estrías en su alma, y un desagravio que aguarda su momento, un honrar su entereza y compromiso, por gritarles a los esbirros del golpe, que los primeros subversivos eran ellos, los golpistas, los depredadores de la patria, los asesinos cobardes escondidos en la oscuridad que avergüenza, de la ignominia. 
              Y allí en el medio de todo, alguna lágrima, las muecas del pasado,  tú, mi sombra amorosa proyectada desde el fondo de la vida, desde esa adolescencia parida en el sufrimiento, una asignatura no resuelta. Calles, baldíos, aromas marinos, y la ria, decorada por los cachiyuyos, enfrente la piedra Toba, contemplándola acodado en el muelle de Ramón, y Angelita que me habla de cómo nadaba en esas aguas, azules, profundas, y ese aire que aviva los espíritus. Y Renato hablando de la libertad, del don que no se agradece, del Sermón de la Montaña, y la insidia de un periodista televisivo que insiste con recetas viejas, en odres de vino nuevas, que habla de tercermundismo como una corriente maligna, y olvida los niños apropiados, los cuerpos arrojados desde aviones, la mazmorras de capuchas y torturas, el cuerpo centro del agravio, como el de Andrés, golpeado, torturado, quemado, como una rediviva Inquisición,  en la hoguera urdida por los verdugos, los poderosos ufanos de  su latrocinio, con los cómplices civiles  acompañando en silencio desde la plaza pública, refugiados en el “algo habrán hecho”, la mas terrible afrenta que la humanidad ha bautizado con una palabra que habla de devastación: Genocidio.     Crímenes de lesa humanidad, imprescriptibles, que no caducan, treinta y siete años de larga espera, corramos los velos, hurguemos en el barro, desbaratemos las trampas del silencio, las traiciones del olvido, y que se haga justicia. Por Andrés, por todos los que aun la aguardan. Por un futuro  sin sombras malevas, por que brille la esperanza, por nuevas utopías, por un mundo sin opresores ni oprimidos, como soñaron ellos, como soñamos los que sobrevivimos, y seguimos esperando.

Oscar Armando Bidabehere
Olavarria, 30 de marzo de 2014

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