Por siempre Ferro…
Podría volver a nacer una, diez o mil veces, pero de lo que estoy seguro jamás quisiera cambiar es nacer en Puerto Deseado y seguir siendo socio, simpatizante, hincha o enfervorizado fanático, de la camiseta blanca con bastones azules obscuros del Club Ferrocarriles del Estado de Puerto Deseado. No es para mí complicado explicar el por qué de esta gran pasión. Nací en pleno corazón del Barrio Ferroviario, también identificado como el “Barrio de las Latas”, por ser sus casas en la mayoría de chapa y madera. Mis amigos, mis juegos y mis vecinos siempre estuvieron identificados con la institución ferroviaria. Era centro de nuestro juegos, la canchita de fútbol, situada en los potreros frente al barrio, con arcos de hierro hechos por algún obrero de la sección Talleres, a pedido nuestro. Algunos éramos de Boca, otros de River o San Lorenzo o Independiente o del Racing Club de Avellaneda, y muchas veces discutíamos acaloradamente, casi hasta el anochecer. Pero en lo que sí éramos coincidentes era en nuestro gran amor por el Ferro. Lentamente casi sin darnos cuenta, nos fuimos acercando a sus instalaciones; dando vueltas a la Estación en bicicleta o en patines, jugando al basquetbol en su cancha, a las bochas (previo permiso y recomendación de no estropear las canchas, que eran celosamente cuidadas por los socios mayores del club), o simplemente pasábamos horas planeando alguna travesura en los juegos infantiles, toboganes, hamacas, botes y torpedos. Estas canchas y juegos estaban ornamentados con vistosos jardines en donde resaltaban hermosos rosales.
¡Cuántas tardes y noches se vistieron de alegría y emociones en recordados partidos de basquet infantil ¡ No podría olvidar aquel campeonato, en el año 60, que concitó a más de diez equipos. En otras ocasiones bailes y kermeses, perfectamente iluminados convocaron gran cantidad de simpatizantes dando rienda suelta a la sana diversión.
El Bar La Cueva era el centro de reunión de los trabajadores ferroviarios y gente del pueblo, que despuntaban el vicio de las cartas, dominó, ajedrez y los dados, charlando e intercambiando opiniones sobre los temas más inherentes al Club y las novedades pueblerinas. En el centro del salón, una impecable mesa de billar, daba lugar para que exquisitos aficionado por este juego, al mejor estilo de los Hermanos Navarra, dejaran absortos a los ocasionales espectadores. Muñoz Olavarria, José “Piola” García, Poloni Salemme, Alfredo Vila, son algunos de los más recordados billaristas que pasaron por este histórico bar. En una habitación contigua se encontraba el tan deseado “metegol”. En aquellos años los menores no podíamos estar en los bares, eran solamente para mayores. Sólo por las tardes y bajo juramente ante el conserje de que serían unos pocos partidos, lográbamos transgredir la regla solamente hasta las 17.30 horas, ni un minuto más, por más ruegos que hubiera de nuestra parte. Eran otras épocas en donde el respeto a los mayores no se ponía en duda.
Como en casi todos los pueblos, el futbol siempre ha sido el gran atractivo de las entidades deportivas, al igual que lo fue para los primeros obreros de la construcción del Ramal Ferroviario, quienes en las pocas horas de ocio, organizaban encarnizados partidos de fútbol con “los del pueblo”. Varios fueron los intentos de fundar un club, pero por, traslados de personal, ausencia de la localidad, desacuerdos y otros motivos se fue extendiendo en el tiempo. Finalmente un 17 de agosto de 1928, logrando un sueño largamente acariciado, nacía El Ferro. Reunidos en casa de Don Cayetano Carilli, deciden materializar el “Club Deportivo Social Ferrocarril”, siendo su primer Presidente José Mazzoli, el entonces Jefe de la sección Talleres. Esta naciente institución contaría con el apoyo moral y material de la administración de F.C. del Estado y la gerencia local, lo que significaría una promesa de prosperidad para este club.
Entre las condiciones principales de su estatuto se encontraba la de tener que ser empleado ferroviario o familiar directo para poder integrar alguno de los cargos directivos. Los años fueron pasando y la institución creciendo efectiva y organizadamente. En lo deportivo serán inolvidables los encuentros de fútbol con su archirrival el Club Deseado Junior, causando una verdadera conmoción y alterando los apacibles domingos pueblerinos. La rivalidad llegó a tal extremo que en algunas familias se prohibía hablar o discutir de este tema. Recuerdo muy bien, que uno de los castigos más grandes y crueles por malas notas o conducta, era castigarnos con la prohibición de ir a la cancha el domingo. Para mí era como una sentencia de muerte. Así que en algunas ocasiones, al no poder concurrir me sentaba en la mitad del patio de mi casa, y muy atento podía percibir los goles. Si sonaban muchas bocinas de automóvil sin duda, y muy a pesar mío, era gol del Juniors. En cambio si se escuchaban gritos ensordecedores festejando el gol, mi querido Ferro había anotado un tanto. Siempre he creído que Ferro y Juniors jamás podrían haber existido uno sin el otro y ocuparon una parte vital en la vida deportiva de nuestro pueblo.
Los años fueron pasando y llegamos a 1969. Año crucial para nuestra institución. En diciembre de ese año se consagra Campeón de la Liga Norte de Santa Cruz, al vencer en Caleta Olivia a Unión Comercial por 2 a 1. Gran cantidad de hinchas viajamos a la ciudad petrolera, con la férrea esperanza de volver con el título. Una tarde calurosa y con algo de viento, convocó a una multitud de fanas de uno y otro equipo y al cabo del encuentro los ferrocarrileros nos volcamos a abrazarnos y llorar de emoción con nuestros bravos jugadores. El regreso fue tremendo, casi finalizando el domingo una gran caravana de autos y simpatizantes ingresaron al pueblo con bocinas y fervientes gritos de alegría por el nuevo Campeón. La coqueta confitería del club, en la esquina de Belgrano y San Martín (inaugurada dos años antes bajo la presidencia del escribano Alberto Horacio Rosas), se fue poblando de simpatizantes portando banderas con los colores del Ferro. Al día siguiente la fiesta continuó y por la tarde nuevamente se concentraron en la esquina de la confitería quedando perpetuada para siempre por nuestro recordado Angelito Nahuelpan Figueroa, en sendas fotografías donde se refleja la alegría exultante de los ferrocarrileros ostentando la gigantesca copa obtenida. Los años siguieron pasando y los logros deportivos se fueron sumando, en casi todo los deportes que se practicaban en la localidad.
En cuanto la parte social no fue menos que la deportiva. El socio Miguel Lecumberri en un gran gesto de solidaridad hacia su club, cedió durante muchos años un salón de su propiedad para que el club pudiera desarrollarse socialmente. En el año 1958 el Ferro adquirió definitivamente este lugar, ampliándolo y convirtiéndolo en el centro de grandes reuniones sociales, célebres carnavales que solían terminar muy por la madrugada, maratones de baile, fiestas aniversario en donde las damas simpatizantes se lucían poniendo lo mejor de sí en repostería y cocina. Previo a los carnavales, los socios trabajaban con fervor en el decorado del salón, dedicando horas de para ponerlo en condiciones de lo que serían los 9 o 10 bailes carnavalescos. Mucho más podría escribir sobre la intensa labor de nuestro querido Club a lo largo de estos primeros 85 años. Fundadores, presidentes, comisiones, jugadores e hinchas hicieron posible que hoy siga siendo uno de los grandes de Deseado, contando con un sólido capital económico, pero sobre todo las cosas con un tesoro aún mayor que es el cariño, el respeto y esa llama encendida que nunca se apagará y que anida en el corazón de cada uno de los que nos identificamos con los colores del Ferro. ¡¡¡Por siempre Ferro, y venturosos 85 años…!!!
Ricardo Alejandro Vazquez
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