El
Magallanes, un naufragio con visos de tragedia…
Durante muchos años después del paso de Hernando de Magallanes
en 1520 fueron los barcos los únicos medios de comunicación existentes. Cuando
comienza a poblarse el extenso territorio patagónico la mayoría de los
inmigrantes eran conocidos como “ los bajados de los barcos”. La mayoría
provenientes del Viejo Mundo, a su arribo, eran alojados en el Hotel de los
Inmigrantes. Quienes elegían como destino la Patagonia, tomaban los navíos que
cada 60, o más días, llegaban a aquellos lejanos puertos. Sus habitantes
recibían con grandes expectativas su arribo, ya que eran portadores entre otras
cosas de víveres, correspondencia y sobre todo diarios y revistas donde tomaban
conocimiento de los acontecimientos ocurridos en el país y en el mundo aunque
muy fuera de tiempo (60, o más días después). El aislamiento y por ende la
incomunicación era uno de los mayores obstáculos de quienes habían elegido para
vivir estas tierras irredentas. Los viajes largos, no estaban exentos de
un alto porcentaje de riesgos debido a las grandes tempestades que los
sorprendían durante el trayecto. La mayoría de los puertos no tenían un buen
lugar de atraque. Teniendo que hacerlo en el mejor de los casos a varios metros
de la costa, con el consiguiente peligro de que algún pasajero pudiera golpearse
o caer al agua.
La Ría Deseado fue siempre un lugar seguro para las naves cuando
el mar se embravecía, pero también, los capitanes deberían tener amplio
conocimiento de sus accidentes rocosos. Un choque contra ellos podría provocar
serias averías a sus naves e inclusive poder quedar para siempre en el lecho de
la ría. Luego de la fundación de la localidad en julio de 1884, dos
acontecimientos importantes, conmovieron profundamente a sus habitantes. El
primero, en 1885, con el fallecimiento de su fundador, el Capitán Antonio
Oneto, quien fuera el sostén espiritual de la colonia, preocupándose
constantemente por los problemas individuales y comunes. Dos años después,
cuando los colonos muy lentamente comenzaban a adaptarse a las exigencias y
rigores que les imponía la nueva vida, otro gran acontecimiento los sacaría de
la fría rutina de un día invernal: el 26 de junio de 1887 naufraga en las
costas de la Ría el Transporte Nacional Magallanes quien impactó con un promontorio
rocoso, que desde entonces lleva su nombre.
Entre los
pasajeros estaban: el gobernador de Santa Cruz Ramon Lista, de Tierra del Fuego
Felix M .Paz, el subprefecto Candido Chánetton, el ayudante Lius Fique y otros
funcionarios de marina. También se encontraban a bordo el doctor Polidoro
Seguers y familia (quienes se radicarían en el joven poblado de Ushuaia, en la
Tierra del Fuego), el capellán José María Beavoir, y el jefe de policía Luis
Botazzi. El Comandante del barco era el teniente de navío Carlos Méndez. El
total de tripulantes era de 63, los pasajeros de cámara 36 y los de segunda
eran 69. El anuncio del naufragio fue recibido por las autoridades marítimas
mediante una proeza marinera del piloto José Moristani, que en una pequeña
embarcación de la Subprefectura de Puerto Deseado navegó a vela hasta la
desembocadura del Río Negro, donde hizo llegar la primera noticia hasta
Patagones…
Sólo dos personas, perecieron ahogadas. Los pasajeros pudieron
seguir viaje en el vapor Mercurio y los tripulantes regresaron a Bahía Blanca
en un buque de guerra.
Transcurridos 34 días sin novedades, el gobernador Ramón Lista y
tres baquianos, montaron a caballo en Deseado y llegaron a Puerto Santa Cruz 18
días después, con el fin de organizar los auxilios. En esta tarea se encontraba
cuando supo que Moristani había andado más rápido...
Anoticiado de los sucesos a través de los mensajeros de la falúa
“Patagonia”, el Jefe de la Sub-Prefectura del Carmen de Patagones telegrafía
las novedades al Prefecto Marítimo Don Carlos Mansilla. Éste informa las novedades
al Ministro del Interior Eduardo Wilde del que dependía, y también da parte al
Ministro de Guerra y Marina General Racedo. Mansilla, sabía que el reciente
desastre ponía en peligro no sólo a los náufragos, sino también a todas las
Dependencias del sur, que esperaban los víveres y el equipo que el Magallanes
ya no les llevaría.
Mansilla, conocedor de lo que la situación merituaba, eligió el
mejor buque que había en el puerto, el Mercurio y lo contrato manu
militari. A pesar del domingo intermedio logró dotarlo en tres días
de aprovisionamientos y abrigos para todas las Dependencias sureñas, sin
excluir a los náufragos.
La Armada Nacional, por orden del General Racedo, envía dos
buques, la cañonera Uruguay y el transporte Azopardo, que llegan al lugar del
siniestro aproximadamente el día 24, dos días antes que el Mercurio. Los buques
de la Armada prestaron los auxilios indispensables.
En nuestros
días, un atraso de este tipo se puede interpretar como una demora en recibir
una partida de dinero para comprar los víveres, existiendo diversas instancias
para subsanar el problema. Por aquel entonces la cosa adquirió ribetes de tragedia.
Ricardo
Alejandro Vázquez
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