EL ORDEN DIGITAL

lunes, 10 de marzo de 2014

TEXTO DE RAUL CEVASCO/ SU LLEGADA A LA PATAGONIA EN 1959

El cuatro de diciembre de 1958 rendí mi último examen. La materia era Tisiología. No conozco los planes de estudio actuales de la universidad, pero en esos años la tuberculosis era lo suficientemente importante como para que existiera toda una materia dedicada a ella. Después de aprobar ese examen ya era un médico recién horneado y con destino incierto. Desde un tiempo antes de recibirme, y con más razón después, me daba vueltas por la cabeza la idea de huir de Buenos Aires. Ya en esos años era difícil abrirse paso en la ciudad. Era necesario venir de una familia de médicos o tener relaciones importantes en la profesión, para ponerse a la sombra de esa protección y desde allí comenzar a abrirse camino. Pero ese no era mi caso. Mi padre, un jubilado bancario sin ninguna relación ni siquiera aproximada con la medicina, condiciones que se repetían en el caso de mi madre, una ama de casa de clase media.

    Empecé a hurgar entre mis relaciones y amistades, entre ellos un ingeniero que había estado un tiempo trabajando en Puerto Santa Cruz y me habló maravillas de la Patagonia. Dijo que en esa población estaban buscando un reemplazante para el Dr. Canosa, antiguo médico que había decidido jubilarse y la responsable de esta búsqueda era la directora de la escuela primaria de Puerto Santa Cruz, Srta. María Elvira Bech. Decidí esperar a que pasaran las fiestas de fin de año para después hacer un viaje de exploración. En el transcurso de los días, y al comentar mi intención con otras personas, surgieron casualmente dos contactos, ambos en Puerto Deseado. Un señor me dijo conocer a una persona que estaba al frente del Instituto Algológico, que funcionaba en las instalaciones que están actualmente frente a la Prefectura local, y que dependía del I.N.T.I., Instituto Nacional de Tecnología Industrial. Me dio una nota de presentación para este señor, que se llamaba Teodoro Gianángeli.

    El otro contacto era con un señor de apellido Fernández y que estaba al frente de la Oficina de Tierras. Ésta funcionaba en un edificio de chapa que estaba en la calle San Martín, exactamente en el lugar donde hoy funciona el Banco de Santa Cruz S.A. Después me enteré que ese mismo edificio había albergado anteriormente a una sucursal de otro banco, el Banco Anglo-Sudamericano, precursor del Banco de Londres y América del Sur, que luego se convirtió en Lloyd`s Bank para retirarse definitivamente del país hace algunos años. La Oficina de Tierras dependía del gobierno nacional y era la encargada de controlar la propiedad de las tierras fiscales en la zona rural. Para entender esto es necesario recordar que en los años 58/59 Santa Cruz era una flamante provincia y muchos de sus organismos dependían aún del gobierno nacional.

    Otra información que conseguí en esos días, en este caso de segunda o tercera mano, era que recientemente se había ido de Puerto Deseado el 9º Batallón de Comunicaciones Motorizado, porque había sido trasladado a Sarmiento, en la provincia de Chubut. Junto con él se había ido el médico de ese batallón, el Dr. Eduardo Bullaude, que con su ida había dejado un importante vacío asistencial en la localidad, además de una casa desocupada. Se encontraba viviendo transitoriamente en Comodoro Rivadavia, y también pude conseguir su dirección en esta ciudad para entrevistarlo.

    Pasaron las fiestas y llegó enero. La facultad entró en el receso de verano. No había ninguna posibilidad de jurar y de conseguir el diploma antes de marzo. Había que largarse a recorrer la Patagonia, principalmente la costa de la provincia de Santa Cruz para conocer en el propio terreno las posibilidades de radicarse. Por ese entonces, Aerolíneas Argentinas recorría la costa patagónica en tres vuelos semanales con aviones Douglas DC-3 que paraba en todas las escalas, pero las tarifas aéreas eran inalcanzables para quien había dejado de ser estudiante hacía apenas un mes. Para hacer el recorrido por tierra había que ir con el ferrocarril Roca hasta San Antonio Oeste y desde allí continuar con el ómnibus de Transportes Patagónicos.

    El viernes 16 de enero, hacia el final de la tarde, me acomodé en un vagón del ferrocarril con una pequeña valija con efectos personales y un paquetito donde llevaba dos sándwiches en el llamado pan de Viena, más conocido como pan pebete, que era mi almuerzo para el día siguiente. Los trenes que viajaban directo a Bahía Blanca tardaban ocho o diez horas en hacer el recorrido, pero después de allí no había combinación a San Antonio Oeste, de manera que forzosamente había que tomar en Plaza Constitución el tren lechero hasta San Antonio, que, como su nombre lo indica, paraba en todas, y para hacer ese recorrido le ponía algo así como 24 horas.

    Al anochecer del sábado 17 desembarqué en San Antonio y allí nomás, al lado de la estación, estaba la parada del ómnibus que salía para Comodoro Rivadavia y que combinaba con el tren, de manera que en poco tiempo ya estaba continuando mi viaje hacia el sur, ahora por transporte automotor y en camino de ripio. El viaje hasta Comodoro demoraba también algo así como 24 horas, porque también tenía paradas por el camino, de manera que después de todas esas paradas y de romper un parabrisas en la pampa de Salamanca, cosa bastante habitual en esos años, el domingo 18 en horas de la noche llegamos a la ciudad. Allí los pasajeros quedábamos en libertad, y el que quería continuar viaje hacia el sur tenía que presentarse nuevamente el lunes a la mañana, cosa que yo no pude hacer porque me había propuesto ver en Comodoro Rivadavia al Dr. Bullaude.

    Me alojé en el hotel España, propiedad del Sr. Roqueta, quien poco tiempo después comenzó a construir el hotel Austral, ahora tradicional alojamiento de categoría en esa ciudad. El España era un hotel más modesto y estaba ubicado en la esquina de Carlos Pellegrini y Rivadavia, donde hoy funciona el supermercado Norte. Durante la mañana del lunes tuve una entrevista con el Dr. Bullaude y finalizada la misma, al mediodía resolví continuar viaje, pero no sabía cómo hacerlo. El ómnibus ya había salido a la mañana temprano y no había otro hasta… el jueves.
   
    En 1958, al asumir el Dr. Arturo Frondizi la presidencia de la Nación, se desencadenó lo que se dio en llamar la “batalla del petróleo”. En poco tiempo se celebraron una sucesión de contratos de explotación con compañías petroleras internacionales, lo que dio lugar, entre otras cosas, a la expansión vertiginosa de Comodoro Rivadavia y su zona de influencia. Varias empresas comenzaron a trabajar en la zona, importando equipos y cañería para la explotación petrolera, pero para el desembarco de estos elementos no consideraron apropiado el puerto de Comodoro y eligieron para ello el puerto de Deseado, lo que dio lugar a un tráfico incesante de camiones de Deseado a Comodoro y viceversa. En algunas ocasiones esos caños eran trasladados en camión directamente de un puerto a otro, y en otras era llevado por tren hasta Pico Truncado y de allí en camión a Comodoro.

    Habiéndome informado sobre el lugar desde el cual los camiones salían para el sur, me dirigí allí con la intención de ubicar un camión que saliera para Deseado. Tuve la suerte de encontrar una unidad, algo veterana pero mejor que nada, cuyo conductor me dijo que iba a Pico Truncado. Si encontraba caños para cargar allí, se quedaba en ese lugar, y si no, seguiría hacia Deseado en busca de esos caños. Conseguí que me llevara, aunque sin la seguridad de que me llevaría a mi destino, pero por lo menos me arrimaba un poco.

    Salimos a la ruta un poco después del mediodía de ese lunes. Después de andar un tiempo, pasamos cerca de un pequeño aglomerado de casas, que el conductor me señaló diciéndome que eso era Caleta Olivia. Continuamos el camino hacia Truncado y a una hora que podría ser algo así como a las nueve de la noche nos aproximábamos a la población cuando vemos que de la estación está saliendo la autovía hacia Deseado, que venía con algunas horas de demora. En el momento en que cruza el camino me bajo del camión y hago señas para que pare. Desalentado, me di vuelta para regresar al camión y en ese momento la autovía se detiene en respuesta a mis señas, pero al ver que yo ya regresaba al camión continuó su camino. Mucho después me enteré que en la conducción de la autovía se encontraba Juan José Junyent. Para completar el día, el camionero me dijo que no seguiría para Deseado porque allí en Truncado había carga para él.

    Toda la población consistía en unas pocas construcciones de chapa frente a la estación del ferrocarril, entre las cuales se encontraba el hotel “Cóndor”. Me refugié allí calculando que tendría que pernoctar si no encontraba una forma de llegar a Deseado. Me arrimé al mostrador y comenté que había perdido la autovía, y que, dado lo avanzado de la hora, suponía que en el día no habría más trenes. Me contestaron que efectivamente no habría más trenes ese día ni tampoco al día siguiente. La próxima autovía pasaría recién el miércoles.

    Una persona que, después me enteré, trabajaba para una empresa petrolera y que estaba en el local, al oír nuestra conversación se nos acercó y me dijo que en poco tiempo más el saldría para Deseado y que podría llevarme si quería. Por supuesto que acepté más contento que si hubiera acertado un bingo. Cuando salimos ya era noche cerrada, y dada la fecha en que estábamos, calculo que serían más de las once de la noche. A pesar de que yo no conocía en absoluto el camino, por las luces me di cuenta que en un momento alcanzamos y pasamos a la autovía, pero justamente en las luces tenía un problema la camioneta de este señor, porque cada tanto se cortaba la luz de los faros y tenía que bajarse a componer algo en el cableado. Así fue como fuimos corriendo carrera con la autovía, que nos pasaba cuando nosotros parábamos y luego volvíamos a pasar cuando andábamos bien. Para hacerla corta, llegamos a Deseado a eso de las dos de la mañana y después de recorrer un par de hoteles sin encontrar lugar, terminé alojándome en el hotel Apolo, propiedad de Fidel Gómez, y que funcionaba donde actualmente se encuentra el boliche Quinto Elemento.

    Puerto Deseado. Martes 20 de enero de 1959. Día de mi cumpleaños número veinticuatro. Pasé todo el día entrevistando a los contactos que traía para esta localidad. Lo mismo hice al día siguiente, miércoles. Tenía pensado continuar viaje al sur el jueves en Transportes Patagónicos, que llegaba a Deseado todos los lunes y jueves al mediodía para continuar hacia San Julián en horas de la tarde. Justamente en San Julián finalizaba el recorrido de esta empresa, ya que desde allí y hasta Río Gallegos, pasando por Piedrabuena y Puerto Santa Cruz, el servicio de transporte terrestre lo brindaba la empresa R. Álvarez, que creo ya no existe más.

    En ese entonces, lo que es hoy la ruta 3 de Jaramillo hacia el sur era poco más o menos como una huella de carro. El tráfico terrestre hacia el sur debía pasar por Jaramillo y continuar por la ruta 281 hasta Tellier y desde allí enfilar hacia el sur para cruzar el río Deseado en el paso Aguirre, más conocido tradicionalmente como Paso Construcción. Ese camino, después de cruzar el puente pasaba por el paraje conocido como Florida Negra y más adelante, a la altura de El Salado, empalmaba con el trazado de la ruta 3 hacia San Julián. El ómnibus que me llevaba hacia el sur salió de Puerto Deseado después del mediodía, para llegar a San Julián hacia el final de la tarde.

    En San Julián reinaba el Dr. Lombardich y yo no tenía contactos ni entrevistas para hacer. Simplemente tuve que pernoctar aquí como escala obligada para continuar hacia el sur. La avenida San Martín de San Julián no estaba pavimentada ni tenía veredas, de manera que era una inmensa pampa de ripio desde una línea de edificación hasta la de enfrente. Me alojé en el hotel Águila, que quedaba sobre esta avenida. A la mañana siguiente, a las ocho, salía el ómnibus de la empresa Álvarez para Piedrabuena. Como no tenía despertador, le encargué al propietario del hotel que me llamara a la mañana siguiente a las siete. Cuando desperté tuve la impresión de que el día ya estaba avanzado por la intensidad de la luz y el ruido que venía del bar. Miro el reloj y veo que son las nueve y media. Me levanté de un salto y corrí para reclamarle al dueño por haber perdido el ómnibus. Él se disculpó por haberse quedado dormido y para alivio de mi problema me invitó con el almuerzo y me pagó el pasaje de avión que pasaba a la tarde para Puerto Santa Cruz.

    Así fue mi bautismo de vuelo. Ese viernes viajé en avión por primera vez en mi vida. Pero faltaban aún más vicisitudes. Al llegar a Puerto Santa Cruz bajo del avión y espero mi valija en la estación aérea. Después de que los pocos pasajeros retiraron sus equipajes, veo que ya no quedaba nada para entregar. Hago mi reclamo en el mostrador de Aerolíneas y después de algunas averiguaciones me informan que mi valija había seguido viaje a Río Gallegos. Lo tomaron como algo común y corriente y me dijeron que no me preocupara porque al día siguiente la mandarían desde Gallegos en el mismo avión en que se había ido, debido a que ese avión regresaba a Buenos Aires.

    En Puerto Santa Cruz me alojé en el hotel Comercio. Ignoro si todavía existe. Ese mismo viernes y también al día siguiente tuve entrevistas con la Srta. Bech, directora de la escuela, pero solamente por formalidad, ya que llegué a esta población ya convencido que el lugar donde me iba a instalar era Puerto Deseado. El sábado, poco antes de mediodía, pasó el avión que regresaba a Buenos Aires y así recuperé la patria potestad sobre mi valija rebelde.

Como no había medio de transporte, necesariamente tuve que quedarme también el domingo en Puerto Santa Cruz, y recién el lunes a la tarde, en el vuelo correspondiente de Aerolíneas, pude embarcarme con destino a Río Gallegos. En esta ocasión quedé asombrado porque en toda la etapa no se presentó ningún inconveniente. Al llegar a la ciudad me alojé en el hotel Alonso. Aquí tenía un solo contacto para informarme y asesorarme, y éste era un diputado provincial oficialista de nombre Marcelino Álvarez.

En Santa Cruz gobernaba el Dr. Mario C. Paradelo, perteneciente al partido Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), que era el mismo partido que gobernaba a nivel nacional bajo la presidencia del Dr. Arturo Frondizi. El ministro de Asuntos Sociales era un señor de apellido Pérez Fernández y nunca llegué a conocerlo porque la sanidad en la provincia era manejada totalmente por el Subsecretario de Salud Pública, Dr. Simón Daniel Pérez. Toda esta información la conseguí del diputado Álvarez, que era del partido gobernante. También él me suministró el nombre del gerente general del flamante Banco de la Provincia de Santa Cruz, Sr. Luis Montiel, a quien pensaba entrevistar para ver la posibilidad de obtener un crédito.

Las entrevistas fueron provechosas. Con el subsecretario conseguí un contrato por 90 días que entraría en vigencia el mismo día en que yo desembarcara en Puerto Deseado para radicarme. También me aseguró el nombramiento en planta permanente al finalizar el contrato. Con el gerente del banco conseguí un crédito para la compra del consultorio y los gastos de traslado. Lo curioso del caso es que conseguí todo eso sin presentar ningún comprobante de que yo era médico. Como dije al comienzo, yo aún no había jurado ni me habían entregado el diploma.

Finalizados los trámites, alguien me pasó el dato de que la Aviación Naval hacía viajes casi diarios de Río Gallegos a Buenos Aires para el transporte de su personal y vendían los asientos sobrantes aproximadamente a la cuarta parte del precio de los vuelos comerciales. Tuve la suerte de conseguir lugar en un DC-4 que en vuelo directo me dejó en Buenos Aires, dando así por finalizado un periplo sin cíclopes ni sirenas, pero que igual podría darle envidia al Ulises de Homero y a sus aventuras en la Odisea. Una vez que arreglé todas mis cosas en Buenos Aires, el 14 de abril de 1959 desembarqué nuevamente en Puerto Deseado, ahora ya para quedarme, y en este lugar fue donde ocurrieron todas las pequeñas historias que se relatan a continuación y muchas otras más que quedan para otra oportunidad.

Dr. Raúl Eduardo Cevasco
Pequeñas historias - Memorias de un médico de pueblo



En la foto, con su esposa, Sonia, compañera inseparable, en el reciente viaje a Ushuaia. La muerte lo sorprendió en Mar del Plata disfrutando una de sus pasiones, viajar.

No hay comentarios: