La Patagonia es un Macondo lato y estepario, un ámbito de monstruos gigantes, de endriagos, de aves plumíferas y grandes que teniendo alas no vuelan, de mangrullos amarronados de cuatro patas que gregarios ambulan de monte en monte con su relincho arisco.
Es el último confín caído de la mano del mundo donde la aventura y el asombro corren parejos. Donde el viento levanta las piedras y deforma las copas de los árboles a su arbitrio. La Patagonia es un chancho que vuela.
La Patagonia es una latitud de escoriales silentes bajo las lunas blancas y redondas; una soledad crecida en la altura azul de las mesetas; es el aroma acre del cloruro de sodio que enloquecen los ollares de las bestias que habitan los bajos de todos los bajos. Gualicho errante. Misterios arcanos. La Cruz del Sur donde nunca se arrutó el tesón de los pioneros.
La Patagonia son los carcomidos infolios que en noches febriles entre el escorbuto y la ansiedad escribiera Pigafetta sobre gigantes que bailaban; la ciudad mítica allende los Andes que buscaban los frailes; las manzanas silvestres del imperio de Sayhueque, la Piedra Azul pitonisa de los Curá; la bandera argentina que enarboló Casimiro; la búsqueda de Popper; el faro del fin del mundo; los ventisqueros; las rastrilladas donde las lanzas trazaron sobre la tierra el mapa de todas las gestas.
La Patagonia es la tierra “sobre la que pesa la maldición de la esterilidad” (¡Oh, anatema de Darwin, acicate para los intrépidos!).
Es el tiempo petrificado; las flechas de obsidiana; las correrías de los bandidos; los ritos caídos de las viejas razas; la Arcadia perdida de los galeses; los rifleros del coronel Fontana; la remonta de Nicolás Descalzi; los sueños proféticos de Don Bosco; el santuario cautivante de Ceferino. La Patagonia es un desafío que merece aceptarse.
Es un cielo estrellado que parece tocarse con las manos; es un silencio que dice mucho; es un paisaje que se incorpora al alma como el calafate a los labios. Es la gesta del Comandante Luís Piedrabuena por patriota y por nauta; es la Proa del Mundo al decir del Ingeniero Domingo Pronsato (hijo ilustre de Bahía Blanca); la Patagonia es la “región de la aurora” como la bautizara la pluma del Padre Entraigas. Es un esfuerzo compartido; una esperanza que nunca cesa como la distancia de sus caminos; es un sentimiento tan indeleble como las manos en las cuevas del río Pinturas. Un tótem, un linaje que cubre y abriga como las matras de las tejenderas mapuches. Es un desafío permanente. Una incógnita que nunca cierra.
La Patagonia es el sol ardido sobre los fortines y la soldadesca; el espejo de los lagos; la altitud desmesurada de las araucarias; los volcanes irascibles; el mar inmenso y azul sobre la costa escarpada; los fondeaderos de mala muerte; el relevamiento minucioso de Basilio Villarino y Bermúdez; las notas detalladas del Perito Moreno; la reina y el arcabuz del Padre Mascardi.
La Patagonia es el párrafo final de la novela “Sobre héroes y tumbas” de Ernesto Sábato; la soñada por Ezequiel Ramos Mexía y el geólogo norteamericano Bailey Willis; “la que piensa” como escribió Juan Benigar; la que poblada de plantas enanas esconde en los petroglifos un pasado legendario; la del volcán Domuyo que guarda en sus entrañas un tronco de oro bajo los hielos. La Patagonia se hace collón en las noches de luna llena y petrifica la debilidad de los timoratos.
La Patagonia es la circunstancia de los hombres cabales; el menucó que marea como un mar; las bardas; los ríos como arterias impetuosas; las salinas blancas de promesas salobres. La Patagonia es una marca en caliente, una prolongación de las soledades del alma.
Por la Patagonia, el Norte está en el Sur. Y en ella se cuecen habas y legumbres, risas y llantos, llamadas desde el fondo de los tiempos. La Patagonia son los fósiles de los grandes saurios, el bosque tropical que les daba sombra y alimento; las grandes palmeras con dátiles hechos piedra; los redondos huevos de los saurios que la habitaron; la lujuria de un pasado remoto. Lámpara prendida en las edades geológicas.
La Patagonia es un mandato de imperiosas urgencias, para nosotros y para nuestros hijos. Mi tierra querida, mi lugar en el mundo.
Jorge Castañeda
No hay comentarios:
Publicar un comentario