EL ORDEN DIGITAL

martes, 12 de abril de 2011

Maximiliano Guerra presenta el ballet "Carmen" en Puerto Deseado

.Levanté los ojos y la vi. Era un viernes: no lo olvidaré jamás. Vi a esa Carmen que conocéis, en cuya casa os encontré hace algunos meses.
« Llevaba un zagalejo rojo muy corto que dejaba ver unas medias de seda blanca con más de un agujero, y unos menudos zapatitos de tafilete rojo atados con cintas de color de fuego. Apartaba a los lados la mantilla a fin de mostrar los hombros y un ramillete de acacias, muy gordo, que salía de su camisa. Llevaba aún una flor de acacia a un lado de la boca y andaba balanceándose sobre las caderas como una potranca de las dehesas de Córdoba. En mi tierra una mujer con este traje hubiera obligado a la gente a persignarse. En Sevilla echábale cada cual algún requiebro por su aire, y ella le respondía a cada uno, mirando por el rabo del ojo, con el puño en la cadera, desvergonzada, a guisa de verdadera gitana como así era. Primeramente no me gustó nada, y volví a mi trabajo; pero ella, siguiendo el uso de las mujeres y de los gatos, que no vienen cuando se les llama y cuando no se les llama vienen, paróse delante de mí y me dirigió la palabra.
Compadre –me dijo a la manera andaluza, -¿quieres darme esa cadena para colgarle las llaves de mi arca?
-“ Es para sujetar mi aguja -le respondí.
-¡Tu aguja! -exclamó ella riendo. ¡Ja, ja! ¡El señor hace encaje, puesto que ha menester alfileres4.
« Todo el mundo se echó a reír y yo sentí que me ruborizaba y no podía encontrar nada que responderle.
- « Anda, corazoncito mío - repuso; - hazme siete varas de blonda negra para una mantilla, ¡alfilerero de mi alma!
Y, cogiendo la flor de acacia que tenía en la boca, lanzómela, con un movimiento del pulgar, justamente entre ambos ojos. Señor, aquello me hizo el efecto de una bala que me hubiese dado.. No s abía donde meterme y permanecí inmóvil como un poste.
Cuando hubo entrado en la fábrica, vi la flor de acacia que había caído en tierra entre mis pies. No sé lo que me dio, sino que la recogí sin que mis camaradas lo echasen de ver y la guardé preciosamente en mi chaleco. Mi primera tontería.

Fragmento de la novela "Carmen" de Próspero Merimée (1845)

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