EL ORDEN DIGITAL

martes, 4 de marzo de 2014

COLUMNA DE OPINION/ GESTO DE SENSATEZ






“Al contrario de lo que muchos piensan, es la humildad la
fuerza que puede dominar el mundo, pero jamás la soberbia”
J.D,Peron, 1948


En este país  -un territorio al que Ionesco y Kafka habrían considerado la razón de ser de su literatura del absurdo y García Márquez lo hubiera percibido como el escenario perfecto para alimentar su realismo mágico- muchas cosas parecen destinadas a exterminar nuestra capacidad de asombro.
En este país -en donde hemos aniquilado hasta el sentido común y pasamos de considerar lo ordinario como extraordinario y lo normal  como excepcional- la incertidumbre nos fue lentamente convirtiendo en sus presas más apetecibles.
En este país -donde patentizamos nuestra falta de compromiso, de solidaridad de madurez intelectual y cultural bajo patéticas frases como “no te metás”; “de eso no se habla”; “algo habrán hecho”; “yo me ocupo de mí, los demás que se arreglen” y “roban pero hacen” -parece que todo permanece inmodificable en actitudes, aunque en un contexto histórico diferente.
De hecho, es tan dinámico el proceso, que se han venido sucediendo nuevas etapas. Venimos desde “Los voy a poner de rodillas” (Kirchner al campo, 2008), hasta el “Vamos por todo” hasta la instalación por estos días del exasperante “La culpa la tienen los medios”, o la oposición, o las corporaciones, o los empresarios, o los gremios, o este, aquel o el de más allá. Nada más y nada menos que la vigencia plena del ancestral deporte nacional de transferir a otros nuestras propias equivocaciones, errores o irresponsabilidades.
Así estamos y así nos va. Siempre escurriendo el bulto. Siempre condenando al otro por nuestra infelicidad.
Dentro de este panorama donde impera esta suerte de deshonestidad de perseverar en el error y una terrible falta de humildad para reconocer un equívoco como condición primera para enmendarlo, resultó altamente gratificante y hasta aleccionadora la actitud de Daniel Peralta en el pasaje políticamente
más correcto y humanamente más importante de su exposición ante la legislatura provincial. Pedirle disculpas –dijo- al pueblo de Caleta Olivia. Honestamente. Haciéndome cargo de la historia y del presente, pero también del futuro, que debemos construir entre todos. Disculpas a Caleta, disculpas a los pioneros, a los que me dijeron: «¡Basta Daniel! Hasta acá hay que llegar, el camino es otro. El camino lo tenemos que construir entre todos…”.
Con gran habilidad, el gobernador recogió el guante de un problema, que no le era ajeno, pero que desde un principio requería del concurso de otras ejecutividades que por mucho tiempo estuvieron clausuradas por una irracional mezquindad política que ahora –aparentemente- parece disiparse. Por lo menos el gobernador planteó el convite: “…me parece que hay que buscar hilos conductores que hagan a que, definitivamente, esas diferencias, no recaigan en el pueblo de Santa Cruz.”, y más adelante agregó: “Yo estoy dispuesto a hacerlo, y ustedes lo van a poder ver a partir de lo que nosotros definimos”.
En síntesis, Peralta, no trasladó culpas. Se hizo cargo de lo que le atañía; pidió disculpas a la comunidad de Caleta Olivia; agradeció el aporte de la iglesia y de la intervención de una diputada opositora y, una vez más, solicitó el compromiso de los legisladores para materializar esta solución y todas las que exija el pueblo santacruceño.
Con este proceder el primer mandatario sentó un precedente; marcó la diferencia y -tal vez sin proponérselo- desde esta comarca sureña envió un mensaje a los centros de poder al subrayar enfáticamente: “…creo que necesitamos en este sentido hacer realidad esto de que en el disenso se pueden construir consensos”.
Todo un gesto de sensatez.

                                                                                                Jesús M. Alba
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