La más bella mentira
Gritan pero no están enojados. Mueren pero sólo por un rato. Odiamos sus villanías pero mañana amamos su ternura. Sangran pero no se desangran. Se ríen, a veces, en medio de su hondo drama personal. A veces ganan mucho dinero pero casi nunca lo retienen. Desde un escenario nos hacen creer otra vida, nos mienten cordialmente y les pagamos para que durante un par de horas nos saquen de nuestra rutina. A los actores les debemos momentos intransferibles. Al recordar el día del teatro nacional fueron apareciendo los nombres de algunos que recrearon la ficción en escenarios deseadenses: China Zorrilla, Ulises Dumont, Emilio Disi, Eloisa Cañizares, Pepe Soriano, Darío Lopilato, Alfredo Sahdi, Jorge Edelman, Rodolfo Ranni, Marta González, Valeria Lynch, Darío Víttori, Ana Acosta, Edda Díaz, Lorena Paola, Norma Pons, Luisina Brando, Lito Cruz, y una lista inagotable a lo largo de las décadas.
Y en el recuerdo aparecieron también los nombres queridos de los actores y actrices locales, los aficionados -a veces de altos talentos- que también se prodigaron en el humor o la tragedia que nos hicieron olvidar, durante un tiempo limitado, que eran nuestros vecinos, amigos, compañeros de trabajo, y eran Eva Perón, Victoria Ocampo, Cora Yako, José de San Martín y tantos otros... Gracias por el talento, gente del teatro de hoy y de siempre. Gracias por las emociones compartidas.
Los conflictos
Vivimos en tiempos conflictivos. La efusividad que nos caracteriza se ha teñido de una cierta cuota de violencia a veces preocupante. Nuestras expresiones hablan de golpear, de romper la cabeza, de matar, aunque seamos incapaces de eliminar una mosca a palmetazos. La violencia que vemos por televisión, a veces inclusive en programas pretendidamente cómicos o informativos, puede ser un factor que influya. Las palabras agresivas de quienes tienen, como gobernantes, la responsabilidad de serenar y pacificar los ánimos, también agrega carbón a este brasero.
De pronto, el niño que -con razón o sin ella- hizo una queja en su hogar por alguna injusticia o alguna actitud que no le gustó de su maestra o profesor, se encuentra avergonzado por la irrupción de uno de sus progenitores, a los gritos y amenazando, en la escuela. En lugar de buscar una charla en la que se pueda aclarar la situación, más de un padre o madre -agotado por el banco, el trabajo, las rabias acumuladas, la insatisfacción o algún otro drama en la pareja- estalla de manera furibunda, contra el docente, contra el hijo o contra quien sea. Con ese ejemplo, es difícil imaginar que el pibe aprenda a resolver conflictos dialogando, buscando el entendimiento, tratando de convencer al equivocado con argumentos. Y el circuito se realimenta, salvo que decidamos transformar el conflicto en un diálogo. Es una alternativa interesante. Y saludable, para evitar picos de presión, ataques cardíacos y molestas indigestiones.
El circulo del 99
Hay un cuento que menciona Jorge Bucay en uno de sus libros y nos define muy bien. Resumidamente, un hombre pobre recibe una herencia de su patròn. Cuando abre la bolsa hay noventa y nueve monedas de oro. Vuelve a contarlas porque supone que en realidad eran cien. No entiende por qué son noventa y nueve. Cuenta nuevamente, y revuelve en la bolsa, y busca por toda la casa. Y comienza a amargarse porque no llegan a ser cien. No importa que sea una fortuna en oro. Empieza a concentrarse "mal", como se dice ahora, en la moneda que falta, y deja de importarle el tesoro heredado. Deja de darse cuenta que hace un rato no tenía absolutamente. Se transforma en un infeliz porque son solamente noventa y nueve monedas. Vuelvo a recordarlo cada vez que me concentro en lo que me falta, en lo que podrìa haber logrado, en lo que podrìa haber ganado y no pude ganar, en alguna pequeña dolencia que me distrae de la salud que habitualmente disfruto, en alguna pequeña discusiòn que complica por un ratito la relaciòn con gente querida o compañeros de trabajo o clientes o gente conocida. Pienso en el "cìrculo del 99" cuando las vacaciones son màs cortas o hay que suspenderlas, cuando algo no sale bien, cuando no pude comprar algo que querìa. El problema es quedar encerrado en ese cìrculo de insatisfacciòn permanente y un dìa encontrar que esto -la vida- se termina y nos perdimos casi todo por nimiedades. O nos dejaron absolutamente solos por gruñones y pesimistas.
Casualidades, no
Es un domingo soleado, grato, del semiverano patagónico. El embarcadero de Puerto Darwin es un espectáculo gratuito, con sus pasadizos de madera, sus cuerdas, sus embarcaciones alrededor, los buques pesqueros hacia la izquierda y las aves de la ría dando vueltas por ahí sin percatarse de nuestra presencia. Estoy necesitando el teléfono de una persona que tal vez me autorice a utilizar algunas ilustraciones suyas en un trabajo que he emprendido con entusiasmo. Estoy pensando cómo voy a hacer para conseguir el teléfono de esa persona y llamarla. Hay dos mesas ocupadas en la confitería. Una es la nuestra. En la otra, la persona a la que estaba buscando. ¿Quieren llamarle casualidad? Para mí son cosquillas de Dios, que indudablemente tiene humor. En otra oportunidad agregaremos otras historias, o pueden contarme las suyas. En todo caso coincidencia me parece màs ajustado que casualidad.
Mario dos Santos Lopes
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