EL ORDEN DIGITAL

miércoles, 18 de abril de 2012

HAZAÑAS DE AQUI Y AHORA/ La caminata de Hugo Gandolfo


Casi todo el tiempo están sucediendo hazañas en el mundo. Suponiendo que la cantidad de éstas es proporcional al espacio geográfico deberíamos suponer que en Puerto Deseado casi no suceden. Pero es un error, sí suceden. Muchas de estas hazañas se pierden en el anonimato debido al bajo perfil de sus protagonistas. Pero esto no resulta beneficioso para todos: difundirlas sirve para dar valor a una comunidad, mostrar a sus habitantes de voluntad férrea y espíritu alto, e impulsar el ejemplo (aunque sus actores no se consideren como tales).
Así sucedió con Hugo Gandolfo, hombre nacido en el partido de Florencio Varela (Bs. As.) y radicado en nuestra estepa en hace casi veinticinco años. El estoico Hugo, durante el segundo fin de semana de marzo, recorrió los 90km que unen a la Ruta Nacional n° 3 con el puente que cruza el Rio Deseado sobre la Ruta Provincial n°47. Fueron tres días de absoluta soledad, sin carpa –pero con bolsa de dormir-, en los que Gandolfo se enfrentó a la Patagonia y realizó una hazaña que esta nota periodística pretende rescatar.
Me llevó el gordo Ramón en mi vehículo hasta el puente. Llegamos a las 8 de la mañana. Entre pito y flauta salimos de acá a las 6.30am. Así comienza su relato Hugo, afirmando que el primer día de caminata comenzó temprano. Ocho y diez de la mañana ya se había puesto en marcha siguiendo el cauce hacia el este pero nunca bordeando el agua, jamás, porque siempre tenés que andar buscando la parte de terreno duro porque las patas acusan el cimbronazo con el correr de las horas y los kilómetros. Gandolfo caminó siempre bordeando la Ría, dándole un valor simbólico mayor a su caminata. Y así se mantuvo durante tres horas, hasta que lo sorprende la aparición de un puente que no estaba entre sus planes: Es un puente que de lejos aparenta ser similar al que cruza la ría en la Ruta 47 y es hermoso y está intacto. Es muy pintoresco y te digo más, por lo inesperado del suceso me fui de ahí con la idea de que era una fantasmagoría. Sorprendido por la mágica aparición, y luego de alguna foto del puente, siguió, sin más, su recorrido. Luego de cinco horas de marcha y algunos descansos –siempre muy calculados, donde consumía alimentos rigurosamente medidos (comí dos sanguches, cuatro alfajorcitos, un cuarto de litro de agua y antes de salir me tomé una cafiaspirina, por ejemplo) y calculando que el hombre camina aproximadamente a 4km/h –según Hugo-, ya llevaba recorridos más de 15km. Entonces tomó una siesta en una zona al reparo del viento, el cual ya estaba empezando a acusar la furia que más tarde soltaría. Luego de una hora de siesta, cuenta: 14.30 me levanté y seguí. Ahí empezó el tramo más sufrido, que habrá sido como de cuatro horas, bajo la combinación de dos cosas terribles: viento en contra, muy fuerte, y terreno blando, blando por donde lo mires. Busqué terreno más duro por donde sea, pero no lo encontré. Así, durante la tarde del primer día, Hugo luchó contra el clima –y contra el suelo blando y la fatiga que le generaba su mochila de diez kilos-, para intentar alcanzar su anhelo anónimo. Pero cuatro horas en ese estado pueden desmotivar, y confesó: Yo estaba en esos delicados momentos en los que uno tiene que batallar mucho para mantener el espíritu en alto porque -piensa- en algún momento se te cruza por la cabeza pegar la vuelta y volver a la ruta… y ya me estaba apareciendo alguna que otra ampollita que me estaba jodiendo los pies. Dos horas más de caminata y halló donde pasar esa primera noche: A las 20.05hs, con el sol ya detrás de las lomas de la margen sur, encontré un lugar para descansar arriba de un acantilado de tierra que dominaba toda una “S” que hacía el rio. (…) Ahí me quedé, preparé fuego. Y acá viene el episodio con el puma. Gandolfo no tenía prevista la posibilidad de pumas, por lo que quedó helado al avistar uno: Me arrimé un poco al borde del acantilado (…) Entonces me dio por mirar, y por más que ya estaba oscuro, lo vi clarísimo: cómo iba cruzando un puma, flaco flaco. Y bueno, no hubiera pasado nada si se hubiera ido; parece que me detectó y me miró y nos miramos los dos, como una película, así desafiante. Y el tipo hacia movimientos nerviosos con la cabeza olfateando para mi lado y movía la cola.  Y bueno,  ahí me agarro miedo. Yo tengo entendido que los pumas le escapan a la gente, pero en ese momento se me llenó el culo de preguntas. Y después de observarme un tiempo siguió tranquilamente cruzando y se perdió detrás de unas matas. Para prevenir la vuelta del puma recordó a Bear Grills, y se le ocurrió orinar alrededor de su campamento. Para ello debía beber abundante agua, pero la que llevaba en la mochila estaba contada –ocho litros para tres días-, por lo que tuvo que bajar al rio y beber casi dos litros de esa agua barrosa: ¡un gusto a barro tenía! ¡Agua marrón era! (risas). Esa primera noche de Patagonia pura Hugo la recuerda con cariño: estaba espectacular, me daba pena dormirme. El cielo estaba totalmente despejado, lleno de estrellas, me cansé de ver estrellas fugaces, satélites y otras cosas raras que no sé cómo se explican. Y ni bien me acosté escuché un no tan lejano intercambio de relinchos de guanacos, que se me antojaron como una canción de cuna.
            Al segundo día, y ya con conocimiento de causa –además de cierta fatiga acumulada luego de unos 35km de mochila pesada, viento y tierra blanda-, Gandolfo reemprendió su viaje. El cuerpo ya no respondía como el primigenio día: Para este segundo día tenía una ampolla grande sobre del arco del pie izquierdo que me estaba martirizando. Pero cuando entrás en calor los pinchazos ya no se sienten mucho. Y tampoco la suerte: comí un sanguche, un alfajor, una manzana y tomé medio litro de agua y también tiré medio litro de agua ¡me quería cortar las pelotas! Se me cayó el tambucho y se volcó todo. Tenía medio litro menos de agua. Entre estas tensiones continuó su largo trayecto, pasando a las 19 frente al único emplazamiento de civilización en toda la travesía: la estancia Dos Hermanos, en la ribera derecha. Cerca de las 20hs, tuvo que ponerse la campera. Todo indicaba que no iba a ser una noche como la anterior. Y allí, el ansia empezó a acompañarlo. Antes del tercer día tenía la esperanza de poder hallar alguna señal del puente de la Ruta 47, pero no la encontraba. Me acostaba y decía: puta madre, estamos en el año 2012, en el súmmum de la tecnología, de la era satelital. Estoy caminado solo, sin ningún tipo de comunicación. No tengo idea de dónde estoy, no tengo idea de cuantos km hice y por lo tanto de cuando km me quedan. Su única referencia eran los 4 km/h aproximados. Hugo sólo sabía que tenía que seguir el cauce del rio para el este, nada más. Y esa noche fue dura: a las 2.40am se había levantado con el brazo derecho dormido, y notó que estaba lloviendo, lo cual era lo único que no quería. Se metió bien adentro de la mata en la que dormía –buscaba un hueco en ella y allí se tiraba con la bolsa de dormir-, cerró los ojos y esperó no mojarse.
            Al tercer día se levantó con un sentimiento de gran responsabilidad ante el último esfuerzo. A las ocho se puso en marcha, decidido a evitar las pausas y llegar lo antes posible. La lluvia a esa hora había cesado, pero dos horas más tarde volvió el martirio: Lo que pasaba era que estaba furioso contra el viento en contra. Iba muy lento y la llovizna me picaba en la cara. Caminó hasta las 13hs, tomando lo que consideró su último descanso. Sus ampollas ya eran insoportables, pero por suerte su mochila estaba mucho más liviana, puesto que llevaba encima casi toda la ropa que tenía –por el frío y la humedad-, y casi no tenía agua. Todo su lado izquierdo estaba empapado, sus botas estaban empastadas con barro, por lo que le pesaban mucho, y su cabeza estaba invadida por la ansiedad. A las 14.00  ya estaba convencido de que estaba cerca. Mi ritmo en los tres días no había sido malo. Según mis cálculos estaba por completar los 90 km. Asediado por la sed, me tomé el último medio litro de agua (...) pensé que era la última carta que me jugaba. Una hora y media tras la lluvia y el viento, y erigiéndose en una especie de mártir de las inclemencias, divisó unas luces entre la neblina: Eran el gordo Ramón y Huguito. Luego de 55 horas y media de completa soledad, Hugo Gandolfo había completado su travesía: recorrer los 90km entre el puente de la Ruta 3 hasta el puente de la Ruta 47. Si me hubiera puesto a pensar que durante dos días y medio iba a estar solo y sin ningún tipo de comunicación, cualquier pelotudez, descuido, infantilidad que me hubiese provocado una quebradura, una torcedura, o si me hubiese insolado o afiebrado, si me hubiese enterrado en el barro por hacerme el vivo o por no haber cuidado mi organismo en esos momentos tan delicados, tal vez ahora estarían buscando mi cadáver o lo que quedara de mí por ahí. Pero viste que para todo hace falta una cuota de coraje y de negación de lo que podía pasar.
-Y de locura –dice el entrevistador-.
-Sí… no sé si llamarlo locura. Llega un momento en el que hay que quemar las naves.

ENTREVISTA DE
JUAN PABLO LATOSINSKI

No hay comentarios: