Las desventuras del 'Capitán Pescanova'
Envidiada hasta hace escasas semanas, la multinacional pesquera gallega que timonea Manuel Fernández de Sousa-Faro hace aguas tras serle descubierta una mastodóntica deuda que los bancos se niegan a refinanciar.
De repente, la tormenta perfecta, olas como castillos, un golpe de mar. Un socavón del tamaño de un agujerea el brillante casco de la apacible singladura del Capitán Pescanova, marino intrépido, que escorado el buque, con una vía de agua por la que caben las cataratas del Niágara, se va a pique entre un desesperado SOS. El hundimiento no ocurre, sin embargo en alta mar ni en la profundidades del océano, aunque se intuye un abisal, repleto de aristas, en la zozobra de la fábrica de peces, el icono de Galicia, su . El Titanic de la pesquera española se produce tierra adentro, entre las maderas nobles del parqué bursátil y las mullidas alfombras del consejo de de la compañía que timonea con mano de hierro Manuel Fernández de Sousa-Faro, hijo del fundador de Pescanova, José Fernández, un legendario visionario.
En ese escenario, inesperadamente, aguardaba un iceberg en la contabilidad de la multinacional que el pasado 28 de febrero se negó a formular las cuentas de 2012. Un día después, ahogada por las deudas, solicitaba la entrada en concurso de acreedores ante la falta de liquidez de la compañía, algo que nadie preveía en las cartas de navegación marítima de una empresa que se creía firme, ejemplar, inmune al temporal de la crisis. Sin embargo, la negativa de la refinanciación de la deuda, cifrada por la compañía en 1.522 millones de euros en el tercer trimestre de 2012, por parte de los 45 bancos acreedores desató un magnífico temporal. Los bancos estiman que la deuda real de Pescanova podría situarse alrededor de los 2.500 millones de euros. Un océano de 1.000 millones separan ambas versiones. Tan gigantesco es el desfase, que se sospecha de una presunta doble contabilidad.
En medio del maremágnum de cifras, de auditorías en las antípodas, de números imposibles de soldar en el Tetris de la contabilidad, y justo antes de pedir el bote salvavidas del concurso de acreedores como último recurso para reflotar la empresa, Manuel Fernández de Sousa-Faro atracó la embarcación en el mercado. En el puerto refugio de los índices, sin nadie que advirtiera sus manejos, colocó la mitad de su paquete accionarial y se embolsó 31,5 millones con la operación bursátil maniobrando en la oscuridad, sin luces, como una lancha de contrabando. No informó de la situación de la empresa a los supervisores de la actividad de la Bolsa, los guardacostas de los movimientos de mercado. Tampoco avisó a los accionistas de Pescanova y calló ante el consejo de administración. Tras embolsarse 31, 5 millones, prestó 9,1 millones a la propia empresa, para tres meses, al 5% de interés.
De Sousa-Faro pasó de poseer el 14,42% de la compañía al 7,45% empleando malas artes como luego se supo. Entre diciembre y febrero decidió salir de pesca en 46 ocasiones. Una actividad febril. En su costera se deshizo de 1,98 millones de acciones justo antes de que el tsunami financiero, la cotización de los títulos se desplomó un 60% cuando se conoció la petición del concurso, impactara con toda su crudeza sobre la línea de flotación de la compañía que él capitanea a pesar de que la firme oposición de varios miembros del consejo de administración, entre los que destaca José Canceller, el hombre de confianza del Grupo Damm, presidido por Demetrio Canceller, segundo accionista de Pescanova, con el 6,11% del poder accionarial, y abiertamente enfrentado con De Sousa-Faro. De hecho, José Canceller se negó a firmar las cuentas que presentaba la multinacional gallega. A pesar de la oposición de otros accionistas, se impusieron las tesis del presidente de Pescanova para solicitar el concurso de acreedores ante la incapacidad de la empresa por renegociar la pantagruélica deuda que la devora. Núñez Feijóo, presidente de la Xunta de Galicia, instó a la compañía a presentar las cuentas de forma nítida cuanto antes porque del grupo dependen 10.000 empleos, 1.500 de ellos en tierras gallegas.
Hasta esa Costa da Morte, un mar repleto de deudas, llegó la flota de Pescanova por un problema para financiar un intenso proceso de crecimiento empresarial, de inversiones y de negocio, de activo fijo y de circulante, con escasos recursos propios. Un extraordinario lastre para la capacidad de giro de la compañía, obligada a endeudarse a base de préstamos en decenas de bancos que ahora recelan de la empresa, con una deuda escalofriante, de la que se desconoce la cifra exacta hasta que concluyan las investigaciones pertinentes por parte de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) y las auditorías. La deuda de Pescanova no ha dejado de engordar durante los últimos años. Si en 2004 el adeudo de la multinacional alcanzaba los 700 millones, en 2011 escalaba de manera exponencial hasta los 1.750 millones. El boquete se amplificó un 250%. La hemorragia, 1.000 millones de euros más de deuda en apenas siete años. El activo no corriente, el inmovilizado, se incrementó en 636 millones de euros mientras que el activo se disparó hasta los 684 millones de euros. Para sufragar semejante montante, para taponar la herida, la compañía únicamente dispuso de 270 millones de fondos propios, una minucia frente a semejante monstruo. Una tirita para la rotura de la aorta. El desfase, de 1.050 millones, obligó a Pescanova a depender absolutamente del préstamo bancario, una soga al cuello que hasta hace no tanto apretaba, pero que en la actualidad, ahoga.
Rodolfo langostino
A diferencia de otras empresas, el sedal de la crisis de Pescanova no se ha gestado ni en las fábricas, ni en los procesos de producción, ni en el empleo, ni en la aceptación de sus productos en el mercado. Rodolfo Langostino continúa seduciendo en la caja registradora, aunque es cierto que las marcas blancas están acotando su poder debido a la crisis, pero siguen siendo legión los productos del grupo que abastecen los supermercados en la sección de congelados.
La multinacional pesquera, que factura el 57% en el exterior, fue una adelantada a su tiempo, el mascarón de proa de otro tipo de pesca. Lo suyo fue una revolución, lo nunca visto, un salto en el tiempo, un viaje al futuro: Pescanova fue la introductora de los buques factoría con el congelador a cuestas, todo un descubrimiento que nació de la mente inquieta de José Fernández, un empresario gallego que construyó un imperio en el reino de Neptuno.
La solución de procesar y ultracongelar el pescado en altamar fue su contundente respuesta a la costumbrista escena que acompañaba el ajetreo del desembarco de los pesqueros en el puerto de Vigo, donde pasaba las horas junto a Valentín Paz Andrade, experto en asuntos pesqueros que conoció cuando Fernández se trasladó del interior a la costa a finales de la década de los 50. Ambos estrecharon lazos y se asociaron. Entre charla y charla en el muelle, José Fernández trataba de entender el motivo por el que los barcos de pesca faenaban tan cerca de la costa y sus capturas resultaban tan discretas. José Fernández, que imaginaba a lo grande, sostenía ante Paz Andrade que aquella forma de pesca no tenía mucha sentido, que aquello necesitaba un vuelco. Otra forma de pensar. Una faena con más alcance, con mayor radio de acción.
Fundada en 1960
Conocedor de los sistemas de frío con los que había trabajado en la industria cárnica, Fernández, un emprendedor, se zambulló en la búsqueda de un nuevo horizonte allende de los mares. En 1960 se fundó Pescanova. El Lemos, el Andrade fueron los dos primeras criaturas, los primeros arrastreros congeladores del mundo. Zarparon desde Vigo rumbo a un nuevo mundo, a los caladeros de Argentina y Sudáfrica. Nadie había llegado tan lejos en ese formato, absolutamente novedoso. El éxito fue inmediato y abrazó distintas vertientes. Afloró una potente industria naval que construía barcos congeladores en los astilleros de Vigo y en diez años, el número de navíos de Pescanova se multiplicó hasta cien a medida que las capturas llenaban las bodegas de la flota. El cambio no solo afectó al método de pesca sino que también abrió una nueva ruta para la forma de consumir pescado, por vez primera abundante y a bajo coste en las mesas de los hogares. Hasta entonces el pescado era un artículo de lujo.
La empresa, pionera, navegaba con el viento en las velas y con buena mar. A mediados de los 80, José Fernández colocó en el puente de mando de Pescanova a su hijo, Manuel, actual presidente de la compañía. A la estela de su padre, Manuel aumentó la presencia de la flota de la empresa en los mares tras alcanzar acuerdos con diferentes países para superar la limitación que imposibilitaba la pesca más allá de las 200 millas del litoral. Pescanova superó esa barrera mediante la creación de empresas mixtas en países con acceso a los caladeros que le interesaban. De esa manera, Pescanova continuó echando la red sobre los bancos de peces. Esa presencia transoceánica, que lo mismo hacia puerto en Sudáfrica, Nicaragua o Angola, situó a Pescanova entre una de las diez empresas más poderosas de la industria pesquera. La compañía era tremendamente atractiva para los gigantes de la alimentación. Unilever trató hacerse con el control de Pescanova, pero los contactos de Manuel Fernández, cuya influencia entre la clase política resultaba abrumadora, sirvieron para que recibiera un tanque de oxígeno por parte del gobierno de Manuel Fraga, que abasteció las arcas de la empresa con un préstamo de 12 millones de euros para hacer frente a un préstamo de 48 millones de euros de la época.
Inversiones millonarias
Concretada la política de acuerdos para poder faenar, Manuel Fernández pensó en traer el mar a la tierra. El negocio de la compañía creció por el cultivo de peces. Las piscifactorías eran un nuevo ramal del Pescanova, que invirtió en gigantescas infraestructuras para la cría de salmón en Chile, de langostinos en Guatemala, Nicaragua y Ecuador. Además construyó dos piscifactorías de rodaballo en Xove y Mira (Portugal) después de un enfrentamiento con Pérez Touriño entonces presidente de la Xunta. Por ahí se agrietó parte el emporio de Manuel Fernández. A pesar de las mastodónticas inversiones, un fallo en el sistema de recogida del agua para el que no existe solución aparente concluyó con la muerte de la mayoría de los rodaballos, un asunto del que no informó el presidente del grupo. A pesar de ello, la facturación del Pescanova ha crecido de forma muy importante en la última década y sigue haciéndolo incluso en tiempos de crisis. Pescanova paso de unas ventas de 933 millones de euros en el 2004 a superar los 1.671 millones de euros en el 2011, lo que equivale a un incremento del 80% en la facturación en siete años. Pero la deuda es un cracken que no le ha dado tregua.
En medio de la tempestad, de la sospecha sobre el Holandés Errante en el que se ha convertido Pescanova desde que se abriera su cuaderno de bitácora, los 45 bancos acreedores han puesto la lupa sobre cada asiento contable de la compañía, que se pelea en el tablero de ajedrez del consejo de administración. Mientras tanto, los más de 10.000 trabajadores de la compañía, más de 1.500 empleados de manera directa en Galicia, además de los miles de puestos indirectos que dependen de la actividad del grupo empresarial, viven en la incertidumbre. Rodeados de aguas turbulentas, a la espera de la resolución de un complejo e intrigante capítulo del diario de a bordo de las desventuras del Capitán Pescanova, donde no siempre lo bueno sale bien.
Por César Ortuzar
21/04/13
DEIA
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